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Mi gratitud a Él


La adoración comienza siempre en la presencia de Dios. Pero se convierte en una fuerza transformadora en cada aspecto y momento de nuestra vida a través del agradecimiento. Pero, ¿somos verdaderamente tan agradecidos como deberíamos?

Nada cambiará nuestras actitudes, relaciones y circunstancias como el agradecimiento. La gratitud viene cuando nos damos cuenta de lo bendecidos y ricos que somos en Cristo. En uno de los más hermosos salmos de adoración de David, nos dice que debemos hacer ruido alegre al Señor. No es casualidad que incluya la poderosa frase: “¡Entren por sus puertas con acción de gracias!”. El Salmo 100 muestra cuán entrelazado está el agradecimiento con la adoración: “¡Aclamen con alegría al Señor, habitantes de toda la tierra! Adoren al Señor con gozo. Vengan ante él cantando con alegría. ¡Reconozcan que el Señor es Dios! Él nos hizo, y le pertenecemos; somos su pueblo, ovejas de su prado. Entren por sus puertas con acción de gracias; vayan a sus atrios con alabanza. Denle gracias y alaben su nombre. Pues el Señor es bueno. Su amor inagotable permanece para siempre, y su fidelidad continúa de generación en generación”.

Gratitud es reconocer que todo lo que somos y lo que tenemos viene de la mano de Dios. Es darnos cuenta de lo bendecidos que verdaderamente somos. Es el camino hacia la alegría. Dejamos de enfocarnos en problemas y heridas sin importancia, sabiendo que hemos sido perdonados. Dejamos de comparar el tamaño de nuestra casa y cuenta bancaria con las de los demás, y de preguntarnos por qué no tenemos más. ¿Por qué a veces sentimos que hemos sido escamoteados si tenemos todas las riquezas y tesoros de Dios a nuestra disposición? Cuando yo sonrío, lo hago por todo lo que he recibido, pero sobretodo porque estoy agradecida al Dador de todas las cosas. ¡Oh, qué frustración debe sentir Dios cuando derrocha bendiciones sobre sus hijos y nos olvidamos de expresarle agradecimiento!

Al leer el libro de Proverbios encontramos innumerables advertencias contra el orgullo que dice: “Puedo salir adelante solo pues soy autosuficiente”. Proverbios 16 está lleno de recordatorios que nos hacen comprender que Dios es la fuente de la sabiduría, la bendición y el éxito: “Podemos hacer nuestros propios planes, pero la respuesta correcta viene del Señor. […] Podemos hacer nuestros planes, pero el Señor determina nuestros pasos. […] El orgullo va delante de la destrucción, y la arrogancia antes de la caída. […] Podremos tirar los dados, pero el Señor decide cómo caen” (Proverbios 16:1, 9, 18, 33).

Nabucodonosor, rey de Babilonia, fue uno de los hombres más exitosos y poderosos que han existido. Él estaba fascinado con el pueblo de Dios, a quien su nación había hecho cautivo. Cuanto más los miraba y escuchaba, más reconocía que había un Dios verdadero que traía todas sus bendiciones. El persistente y gozoso compromiso del pueblo de Dios despertó su vida espiritual. Pero él quería más. ¡Estaba dispuesto a adorar!

Pero, en un momento muy emotivo de su vida, fue al punto más alto de su palacio, miró hacia su reino, y declaró: “¡Miren esta grandiosa ciudad de Babilonia! Edifiqué esta hermosa ciudad con mi gran poder para que fuera mi residencia real a fin de desplegar mi esplendor majestuoso” (Dn. 4:30). Lo que sucedió después fue una tragedia espiritual. Abandonó su chispa de fe en el único Dios verdadero, y se entregó a la ilusión de que él era dios, el único a cargo de su vida y su reino. Desde ese momento todo fue cuesta abajo para él. Cayó en una depresión y un trastorno mental en el que terminó de manera humillante, viviendo como una bestia:

“Mientras estas palabras aún estaban en su boca, se oyó una voz desde el cielo que decía: ‘¡Rey Nabucodonosor, este mensaje es para ti! Ya no eres gobernante de este reino. Serás expulsado de la sociedad humana. Vivirás en el campo con los animales salvajes y comerás pasto como el ganado. Durante siete períodos de tiempo vivirás de esta manera hasta que reconozcas que el Altísimo gobierna los reinos del mundo y los entrega a cualquiera que Él elija’. En ese mismo momento se cumplió la sentencia y Nabucodonosor fue expulsado de la sociedad humana. Comió pasto como el ganado y lo mojó el rocío del cielo. Vivió de esa manera hasta que el pelo le creció tan largo como las plumas de las águilas y las uñas como las garras de un ave” (Daniel 4:31-33).

No tenemos que gobernar un reino para creernos dioses. ¿No es en definitiva lo que el pecado del orgullo es? “Yo estoy al control, no Dios”. Nada puede sabotear más nuestro vigor espiritual y nuestra alegría contagiosa, que perder nuestro sentido de gratitud. Agradecer es reconocer lo que dice el Salmo 100:3: “¡Reconozcan que el Señor es Dios! Él nos hizo, y le pertenecemos; somos su pueblo, ovejas de su prado”.

Lo adoramos porque Dios es digno de nuestra adoración. Todo comienza con su presencia que se arraiga en nuestras vidas debido a su magnífico amor. Luego respondemos con amor, alabanza… ¡y gratitud!

Siempre digo: Las palabras son poderosas. Con ellas maldecimos y bendecimos. Preguntémonos esto: ¿Expresan mis palabras agradecimiento a Dios por todo lo que me ha dado y todo lo que permite en mi vida; o declaran mi propio poder, mi propia bondad, mis habilidades y mis logros? ¿Estoy dándole honra a Dios por lo que Él ha hecho en mí?

Un conjunto de palabras de exaltación propia son una pendiente resbaladiza a la derrota. Pero cuando nuestras palabras reconocen la bondad de Dios y expresan nuestro agradecimiento a Él, regresamos como el leproso a la presencia de Jesucristo, experimentando la adoración que da vida y alegría.

No encuentro cómo enfatizar esto lo suficiente. Cuando hablemos con nuestros compañeros de trabajo, vecinos, amigos, familiares, hijos o cónyuges, nuestro espíritu de gratitud se desbordará, formando amistad y comunión. Nuestras palabras traerán sanidad y expresarán amor porque ya no estaremos haciendo énfasis en nosotros, sino compartiendo la bondad amorosa de Dios.

El mundo no necesita de nuestro razonamiento. El mundo está ansioso de vernos reconocer con nuestras actitudes y palabras el amor de Dios. Eso solo sucede cuando todo lo que hacemos y decimos está sazonado con el agradecimiento a Dios.

Cuando estoy dirigiendo la adoración, hago mi mejor esfuerzo para prepararme musicalmente. Planifico y ensayo. Quiero ofrecer a Dios los dones que Él me ha dado lo mejor que puedo. También practico y ensayo para que mi mente y mi espíritu sean libres de seguir la dirección de Dios. No quiero estar preocupada por las notas, el ritmo y la letra, y así perder la libertad de participar y experimentar la verdadera adoración en mi vida. Pero ninguna preparación es más importante que el tiempo en la presencia de Dios. Quiero exaltar a Jesús; no los dones que Él me ha dado, sino al Dador de los dones. Así que mis oraciones están matizadas de agradecimiento: Gracias, Dios, por usarme. Gracias por confiarme esta oportunidad de experimentar tu presencia. Gracias, por permitirme llevar a otros a la experiencia de la adoración.

Cuando nos sintamos descontentos, cuando luchemos para evidenciar los fruto del Espíritu, cuando sintamos envidia de otros, cuando sintamos que hemos sido engañados en la vida, cuando sintamos resentimiento y agravios con facilidad, cuando las relaciones sean escabrosas, cuando sintamos a Dios distante y tengamos pocas ganas de estar en su presencia y de estar con su pueblo, examinemos primero nuestro corazón y nuestras palabras. ¿Somos personas agradecidas? Aunque las brasas de la gratitud se estén apagando en nuestro corazón, encendámoslas de nuevo a través de nuestras palabras. Hablemos de la gratitud. Digamos constantemente: Gracias. Gracias. Gracias. Expresemos gratitud en la medida de nuestra capacidad hasta que lo sintamos en nuestro corazón. No solo agradezcamos en la iglesia o antes de comer. Agradezcamos en todas partes.

Me encanta lo que el autor británico del siglo XIX, GK Chesterton, dijo: “Agradecemos antes de comer. Y eso es bueno. Pero yo doy gracias antes de comenzar la ópera, antes del concierto y la pantomima, antes de abrir un libro, antes de comenzar a hacer trazos, antes de pintar, de nadar, de usar la espada, de boxear, de caminar, de jugar, de bailar, e incluso antes de mojar la pluma en la tinta”. ¡Demos gracias a Dios en todas las circunstancias!

No adoramos o agradecemos a Dios por obtener algo a cambio. Charles Spurgeon, sin embargo, nos mete el dedo en la llaga cuando dice: “No es cuánto tenemos, sino cuánto disfrutamos, lo que da la felicidad”. Nuestro Dios es misericordioso. ¡Nuestra misma respuesta de gratitud por lo que nos ha dado, hace que nos dé aún más!

―Tomado del libro Adorar lo cambia todo por Darlene Zschech. Publicado por Casa Creación. Usado con permiso.


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